el folletín de la poesía contemporánea

novela ensayo en capítulos mensuales, que se propone analizar la generación del 90 en poesía,
y sus ramificaciones hasta hoy

martes, 9 de marzo de 2010

Santa Teresa

Los Whiskys estaban reunidos en la casa de Durand ultimando los detalles del número 2 de la revista, que incluiría poemas inéditos en español de Williams traducidos por Raimondi, y la traducción de una entrevista que realizaba Teresa Arijón. Al día siguiente debían entregar el material a la imprenta. En el living una buena parte de los machos del 90 revisando, terminando de corregir para tener un buen aparato con que medirse en la cancha, a ver... en el mundo literario, quién la tiene más grande. En la habitación contigua Teresa, sola, con la puerta cerrada, las piernas cruzadas sobre la cama, teclea frenética sobre una primitiva máquina de escribir, ya es tarde, cae la noche, se apura para terminar la traducción. Pero llegan dos o tres más, y ustedes saben como son los hombres, se ceban mutuamente, empiezan a hablar, hablan sobre mujeres, cada vez más fuerte para que se escuche del otro lado de la puerta, empiezan a bardear directamente a Teresa procurando intimidarla. Ni se inmutó, siguió hasta el final como un hámster automatizado en su movimiento, terminó el trabajo, lo entregó, saludó amablemente y se fue. Así se ganó Teresa el respeto de los Whiskys. “¡Qué huevos que tuvo para bancárselo!”, me dijeron. Esta historia me la contaron los hombres que allí estuvieron. Por eso, propongo canonizar a la Arijón como santa protectora de las poetas. Porque... hay que decirlo... no sólo los Whiskys, TODOS los del 90, incluyendo TODOS los nombres que aparecen en el capítulo anterior, POETAS, EDITORES Y GESTORES CULTURALES DEL 90, la verdad, sólo han sido capaces de reconocer a alguuuna mujer como poeta, sólo, en función de ellos mismos, por interés literario, por necesidad de no parecer misóginos, si son sus alumnas, o después de haber sido sus amantes. Aunque se peleen y se muestren ostentando posiciones antagónicas, en realidad ellos se valoran como contrincantes y consideran a la poesía el campo de batalla de una guerra de bolas. Demasiadas veces he visto como se critican en privado y después se tiran flores en público. Varios de ambos bandos me han reconocido que no les gusta la poesía que escriben las mujeres, y que hacen un esfuerzo enorme por tratar de encontrar algo que les guste un poco para poder hablar bien de eso, y no quedar como sexistas. Para el noventa... las mujeres son amores, no poetas, en eso son cómplices. Y me temo que también lo heredaron de J. L. Borges. Si bien dije TODOS los 90, es decir los que nombré en el capítulo anterior, voy a librar de culpa y cargo a tres e incluir a uno que no es del 90: no culpo de esos cargos ni a Desiderio, ni a Villa ni a Ezequiel Alemián. Y quiero agregar a Fogwill, a quien oí decirle a un poeta del 90 (refiriéndose a la novia de aquel, también poeta ella): “qué buena que está tu novia, cómo me gustaría chuparle la conchita para sentir el gusto de tu pijita”, es decir, la mujer como un puente entre dos hombres, como en la edad media los caballeros cortejaban a la reina para ganar el favor del rey. Fogwill es una persona simpática, lo reconozco, pero es uno de los principales instigadores de la idea de que la poesía es una “pelea” entre hombres, así lo llama él, “la pelea”, e instiga a los escritores hombres a defender sus posiciones antagónicas a ver quién predomina. Aparte de mis experiencias personales tengo muchos ejemplos literarios de lo que afirmo, pero estoy pensando si mencionarlos o no, y por ahora creo que no, que la afirmación es cierta y se sostiene por su propio peso. Pueden buscar las pruebas ustedes mismos en los textos. Por último quiero decir que estoy acusando incluso a algunos que son mis amigos, a quienes tengo aprecio, pero... la verdad hay que decirla, los quiero mucho chuchis, mua!!!