el folletín de la poesía contemporánea

novela ensayo en capítulos mensuales, que se propone analizar la generación del 90 en poesía,
y sus ramificaciones hasta hoy

martes, 10 de agosto de 2010

Lapin

Hasta Córdoba por Mario Bravo y Honduras, hacia la casa de Evaristo Carriego transformada en biblioteca pública, cede de la Casa de la Poesía. Después de muchos años de escribir en soledad, me había encontrado con mis contemporáneos. Nos conocimos en el año 2000, en un taller de poesía organizado por una fundación que, ¡después nos enteramos!, se dedicaba a lavar el dinero de las empresas florecientes del peronismo del 90. Ahora éramos un grupo, y caminábamos inseguros los tres juntos a la lectura y feria donde estábamos por mostrar los primeros cinco libros de la pequeña editorial que habíamos presentado hacía un mes. Fue a fines del 2004, mucho calor. Llegamos, ya había bastante gente, quedaba un lugar libre en la vereda, contra la ventana, pusimos un mantel rojo con lunares blancos, unos exhibidores para libros con el logo de los caballos, y desplegamos sobre la mesa los libritos verdes. ¡Habíamos tardado un año en hacer esos primeros 5 libros!, intercalados a mano en una habitación fría de la casa donde vivía Petrarca con unos amigos en Montserrat. Él nos había convocado para su idea, y Lara y yo nos sumamos; al principio tímidamente, pero después de unos meses, engañadas y abandonadas por nuestros respectivos novios artistas, nos aferramos a ese proyecto como a una causa de fe, aún con más voluntad y fidelidad que el mismo Petrarca. Comenzó a acercarse gente a ver qué teníamos publicado, vendimos libros, nos presentaron a algunos poetas. Empecé a hablar de literatura apasionadamente con la Cabra y el Indio; ellos indagaban, me preguntaron qué libros planeábamos publicar próximamente, les dije que no estaba totalmente definido pero había un título que para Petrarca se había transformado en una obsesión, y a nosotras nos había gustado también: Las variaciones del cielo de Lapin. Me preguntaron si lo conocía, les dije que no, que era muy nueva en el mundo de la poesía, Lapin era amigo de Petrarca, y al revés, les pedí a ellos referencias. Me dijeron que Lapin era un personaje polémico, que se autoexcluía del circuito literario, que había escrito un texto maldito que tuvo que sacar de circulación porque empezaban a llegarle cartas documento por las barbaridades provocativas y el veneno que destilaban sus palabras. Escuché con atención el relato, inmediatamente se apoderó de mi un deseo incontrolable de conocerlo, ¿pero cómo?..., si Las variaciones del cielo que nosotros habíamos leído y aprobado para publicar era un poema formalista, ¡hasta me pareció un poco frío! Mi imaginación transformó las referencias que recibía: primero dibujó el contorno difuso de un hombre en semipenumbra, encerrado en una habitación oscura de piedra y techos altos, sin ventanas; después extendió un brazo y tomó una copa de vino; luego vi sus ojos inyectados en sangre, pero no por el alcohol sino por la ira, un odio profundo brillaba en sus pupilas iluminando con luz tenue la escena, entonces me di cuenta que no, no era odio, no era el vino, estaba tomando ajenjo, y lo tenebroso tenso de la escena era en realidad la fuerza contenida de su creatividad alucinógena. Era Lord Byron. A partir de ese momento conocerlo fue mi única obsesión, no paraba de presionar a Petrarca para que me lo presentara. Él no quería, porque temía que yo cometiera alguna imprudencia que podía poner en riesgo la edición del libro que a él tanto le importaba publicar. Además según decía, Lapin consideraba que era un acto de soberbia, un querer apropiarse de la persona del autor como si fuera un objeto, cuando el lector fascinado por la obra de un poeta busca conocerlo. Pero a mí no había sido el libro lo que me había entusiasmado tanto, sino las referencias que de su persona daban los otros poetas, y quería leer ese texto prohibido lo antes posible. Tanto insistí que finalmente Petrarca arregló la cita, fuimos una noche a fines de enero del 2005 a su casa, a tomar cerveza. Lapin estaba sentado frente a la computadora, su amigo el Dandy semirecostado en un sillón cama. Me acuerdo que estaba super indispuesta, cuando vi que la silla que me ofrecía tenía un recubrimiento de pana violeta, temí mancharla con sangre. Hacía mucho calor, los amigos me interrogaban y yo los desafiaba, Lapin me pareció menos en ese momento, obvio, en relación a la película que yo me había hecho en la cabeza. Le conté lo que me habían dicho de él, y comencé a pedirle, ¡a exigirle!, que me mostrara el poema ese del que me habían hablado. Él se negaba y requería argumentación, ¿por qué mostrarlo?, decía que el texto era una basura mal escrita, un exabrupto insignificante que escribió en una noche de borrachera y por error salió a la luz, y que el pensamiento que allí expresaba en verdad no lo identificaba para nada, había sido un vomito sicológico catártico. Pero yo insistía mucho, y argumentaba más. Así que al final prometió mandármelo por mail, la cerveza se terminó y me despacharon rápido con la excusa de que Lapin viajaría al día siguiente a Bariloche. En realidad no querían perder más tiempo conmigo porque esa noche habían arreglado para ir al cabaret Dolly’s, que queda en el barrio de Flores. Yo por supuesto eso no lo sabía, me enteré después. Pero a partir de ese momento empezamos a mandarnos mails y me invitó a Bariloche a pasar unos días donde él estaba con otros escritores amigos. Justo otro poeta conocido de Petrarca que terminamos publicando años después, Martin Marina viajaba a Bariloche en auto, aceptó llevarme y compartíamos los gastos del viaje. Casi nos matamos en la ruta, en el camino entre General Acha y General Roca hay un tramo de 300 km en los que no hay ninguna estación de servicio, ningún parador. Se hizo de noche justo en ese lugar, y el aire acondicionado del auto nos dejó sin batería. Nos quedamos sin luces, el auto se paraba. Los otros autos no nos veían y a toda velocidad por la ruta casi nos chocan en varias oportunidades. Yo rezaba, y trataba de calmar a Martín. No sé cómo, por milagro llegamos a Roca, llamé a Lapin para avisar que llegaría con un día de demora, él cumplía en ese momento 41 años. Esperamos que se hiciera de día, llevamos el auto al mecánico que enseguida detectó la falla y desconectó el aire acondicionado, pudimos continuar viaje y finalmente llegar a salvo.
Hablar con él de poesía es un aprendizaje y un vicio, que se extraña, ahora que la poesía es el motor de la escritura de este blog.