el folletín de la poesía contemporánea

novela ensayo en capítulos mensuales, que se propone analizar la generación del 90 en poesía,
y sus ramificaciones hasta hoy

viernes, 17 de septiembre de 2010

Siete arco iris y siete cóndores

Fuimos al refugio de Laguna Negra en Bariloche, la caminata ascendente de 14 kilómetros me dejó exhausta. Definitivamente no estaba acostumbrada. El paisaje era hermoso, sin embargo avanzábamos en hilera mirándonos los talones para no desconcentrarnos, para no perder ni un gramo de voluntad en la dispersión de la perspectiva que se ofrecía a nuestra mirada. Esa noche llovió torrencialmente, el refugio se llenó de gente que abandonaba las carpas por algo un poco más seguro, un poco menos permeable a la catarata de agua y las ráfagas que se colaban entre las rendijas y parecía que nos íbamos a desintegrar en esa cima helada de piedra, sin testigos diluirnos en la total Nada. No sé si las empanadas grasosas de la cena, el agua o el esfuerzo de la subida, la cuestión es que me descompuse, y al amanecer, cuando paró la lluvia comenzaron los vómitos. La gente se despertó y bajó a desayunar, y yo seguía endemoniada retorciéndome en violentos espasmos. Fue una purga tremenda, vacié completamente mi aparato digestivo y empecé a sentirme aliviada, purificada, pero muy débil. Por la ventana los primeros rayos de un sol claro, limpio. De pronto escucho que me llaman a gritos desde afuera del refugio:

“¡¡¡Julia vení, no te podés perder esto!!!”

Bajé como pude, todos estaban panza arriba recostados sobre las rocas mirando el cielo; entre los amigos, arracimados entorno al mate circular, había caras nuevas. Temprano por la mañana había llegado otro grupo con algunos escritores más, que se sumaban a esa tertulia literaria a 1700 mtrs de altura, entre ellos José Villa. Me lo presentaron, esa fue la primera vez que lo vi, febrero 2005, me saludó rápido y señaló con el dedo el cielo, “mirá, uno dos tres cuatro cinco…allá seis, siete arcoiris” atravesaban la porción de cielo que como una bóveda tapa el hueco glacial donde se oculta la Laguna Negra inmóvil. Es así exactamente, en la cima de la montaña ahuecada hay un lago, rodeado por paredes de piedra negra. ¡Qué podíamos decir ante ese espectáculo impresionante! Enmudecimos; José necesitaba hacía rato papel para armar un cigarrillo pero nadie tenía, fui al refugio y arranqué la última hoja en blanco de una minibiblia que siempre llevo en la mochila y se la entregué, sirvió perfectamente. Entonces como si se tratara de una alucinación, como si por efecto de un proceso alquímico, se hubieran combinado hasta adquirir forma y entidad los elementos de la naturaleza, comenzaron a lanzarse desde la cima hacia la laguna, planeando en círculo, un grupo de cóndores. En esa visión no eran animales, tampoco seres mitológicos, sino espíritus químicos que el sol hacía ascender de la piedra humedecida por la lluvia, para volver a caer después transformados en entidades más complejas. Contamos también siete.

Ahora quisiera hablar de su escritura. Por favor tengan a mano la obra reunida de José Villa publicada bajo el título Camino de vacas por Gog y Magog en 2007. Reléanla o léanla si no lo hicieron aún. Si tuviera que encontrar una imagen para la obra de Villa diría que es muy parecida a un cuadro que para verlo realmente hay que alejar la visión. Es como un impresionismo que ha perdido todo elemento figurativo, y toda alternativa de identidad. Especialmente en los primeros poemas, una enumeración de imágenes arracimadas y a veces contradictorias (por ejemplo en Cornucopia) desestructuran la realidad y diríamos que estas impresiones de los primeros poemas evolucionan en sensaciones concentrándose de enumeraciones en sensaciones, en algo más deliberativo que muchas veces se centra en torno a un tema. En página 107 de Terrible levedad dice:

“(Yo voy a pensar)
en el oscuro lenguaje de las sensaciones
Los pasajeros duermen reclinados
o piensan
en el oscuro lenguaje de las sensaciones”

El fárrago de impresiones se serena, el poeta encuentra su tono y plácidamente disfruta en él. Además los poemas más actuales tienen un encuadre más definido, como si fueran fantasmagorías que sólo afincan y cobran certeza en el lenguaje. Por ejemplo en el poema La ciudad, léanlo por favor para entender a qué me refiero, impresión fantasmal donde el ojo que mira la saliva (gusto) la química poética es lo único real. Las cosas son únicamente en la brevedad del instante en que aparecen.

La serie 8 poemas abre con una cita de Blanchot:

“Escribir es hacerse eco de lo que no puede dejar de hablar. Y por eso, para convertirme en eco, de alguna manera debo imponerle silencio. Vuelvo sensible, por mi mediación silenciosa, la afirmación ininterrumpida, el murmullo gigantesco sobre el cual, abriéndose, el lenguaje se hace imagen, se hace imaginario, profundidad hablante, indistinta, plenitud que es vacío”

En este conjunto de poemas las cosas después de un leve fulgor se escapan como por un túnel vacío:

“Eter

Todo el éter
Nos atraviesa por la galería
En la oscuridad encendemos
Un fósforo
Vemos
Un éxodo infinito”

O como en Mallarmeana, los automatismos vuelven al hombre extraño ante su propia actitud:

“Pone la cebolla en la sartén
demasiado segura de que es invierno
demasiado temerosa del olor que se lleva su pelo
de la consagración que humildemente
la perfuma. Sabe y no
que cocina
que los círculos blancos de la cebolla
pronto estarán dorados”

En sus reiteradas enumeraciones un astillero tiene la misma entidad que un conjunto de palitos en la costa, (vemos en el poema Astillero, los detalles como lo único existente).

En la serie Cornucopia el agua es la única lucidez que triunfa sobre los contornos. Por ejemplo en Higos la ausencia late. (Todo es vacío): “Estar es estar ausente”, dice. En Melones: “algo vacío como la hora se agita” (agua, metal). En Duraznos “no recuerdan nada y nada los espera”. Cuando nos encontramos con un conjunto de poemas referidos a frutas, esperamos una técnica descriptiva, acaso hiperrealista (pensando en la pintura), pero encontramos lo opuesto. Quizás en Moras o Frutillas hay una descripción un poco más clara… pero en los demás no, las incongruencias e imágenes contradictorias desdibujan la relación con el referente. Lean el poema Peras, el mundo como contorno.

Luego en el poema Noche en el paraíso de la serie Platos de café, el entorno se mueve y el hombre está inmóvil (y eso es el paraíso).

Así camino de vacas; la mención de esta frase aparece por primera vez en el poema Terrible levedad, y luego aparece como título de todo el libro. Esto es porque el poeta encuentra el tono, el tema, de ahí la importancia que le da al hallazgo. La dispersión de las imágenes de los primeros poemas, se encuadra en la segunda parte que es más deliberativa, mientras que en los primeros encontramos sucesiones de imágenes. Camino de vacas nos recuerda que no hay huellas indelebles por profundas que sean, se pasa en tropel (por la vida, como las vacas por el camino), huellas sin identidad, y al tiempo el agua o el polvo las borra para volver a repetirse con un nuevo tropel que también se desdibujará luego. Pasan las imágenes en tropel y sólo queda la huella del lenguaje. Por eso hay poemas que adquieren una forma repetitiva y circular (en el poema Las viejas: “Conversación entre dos viejas,/ dos viejas, conversación”, “Madre e hija escuchan su propio/ murmullo”, también el movimiento del mate genera la circularidad del ritmo), y automatismos que llevan a una monotonía como en el poema Lourdes.

La vida es una sucesión ininterrumpida de impresiones y sensaciones que sólo cobran identidad y se tornan significativas a través del lenguaje, que guarda silencio hasta que el lector las actualiza (Blanchot).

Veamos las definiciones precisas del diccionario:

Impresión: marca o señal que una cosa deja en la otra apretándola, como la que deja la huella de los animales. Efecto o alteración que causa en un cuerpo otro extraño. Movimiento que las cosas dejan en el ánimo. Depresión en la superficie de un hueso por la presión de partes blandas (el músculo domina el hueso en la impresión).

Sensación: impresión que las cosas producen en el alma (más sicológica) por medio de los sentidos. Emoción producida en el ánimo por un suceso o noticia de importancia.

La sensación es una elaboración sicológica de la impresión. El pasaje de la impresión a la sensación determina dos momentos en la evolución de la poética de Villa. Muchos poemas de la primera parte hasta el 2000 (excepto Terrible levedad y Las viejas que son antecedentes de lo que va a escribir después) comienzan como si vinieran de otro contexto y terminan abruptamente sin completar el sentido, e incluso sin punto final. Después del 2000 los poemas son más deliberativos, a lo mejor tienen un tema central más identificable, avanzan en un mismo sentido. En cambio en la primera parte las imágenes contradictorias y superpuestas generan una dispersión que construye la imagen como fantasmagoría.

En la escritura de Villa, el sujeto mira y recibe la impresión pero no obra sobre la vida, no hay acción de parte de él. Es un detector que registra (y es esto seguramente lo que lo vuelve un poeta objetivista). No expresa lo que siente, habla el lenguaje, la impresión cuando trabaja en la mente del lector (como ya vimos en Terrible levedad donde dice: “voy a pensar mis sensaciones y los otros las pensarán también”). No hay actitud activa, reacción ante la vida que es un discurrir que viene de lo innominado y se va a un agujero sin fondo (como en el poema Eter).